al primero de todos

Yo era una niña dorada
de tiernos cabellos y manos templadas
y blancas como panes pequeños.
Mis ojos tenían ese verdor propio
de la inocencia frutal
y mis piernas fuertes querían crecer
sin arraigarse a la tierra que las había engendrado.
Yo era una niña con la frente suave y el pecho limpio,
con la sonrisa de lirio y con las mejillas
dulces de rosas.

Ahora ya nada es complicado
y lo que una vez fue malo
ahora solo causa condena y pena.

Ahora sé que te fuiste porque en mis ojos encontraste
la expiación ineludible a tus pecados.

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